Desde temprana edad, a menudo nos enseñan que el matrimonio es el ideal al que aspirar en la vida adulta. Juegos con muñecas y cuentos de hadas nos muestran un mundo donde encontrar a nuestra pareja perfecta es la cima del éxito. Sin embargo, a medida que crecemos, descubrimos que el matrimonio es mucho más que una simple firma en un contrato; no garantiza por sí mismo el amor y la felicidad.
La realidad es que nadie nos advierte que el verdadero fundamento del matrimonio no reside en el papel, sino en nosotros mismos. Es una elección personal de amar y respetar, aceptando a nuestra pareja con todas sus cualidades y defectos.
El amor va más allá de las formalidades y las promesas; es un compromiso profundo de apoyo mutuo, tanto en privado como en público.
Amar genuinamente requiere más que una firma. Significa despertar cada día y elegir amar a alguien tal como es. Implica estar presente en los momentos buenos y malos no porque una institución religiosa lo ordene, sino porque así lo decidimos. Se trata de experimentar un amor auténtico, uno que fluye del corazón y se construye sobre la base de la libertad, con el respeto mutuo.
Quizás lo más importante sea enseñar a las generaciones venideras que el amor verdadero comienza con uno mismo. Antes de compartirlo con alguien más, debemos aprender a amarnos y valorarnos como individuos. El amor no es una posesión, ni una garantía en un trozo de papel. Se trata de elegir a alguien con quien deseamos caminar en esta vida, sin ataduras y con la comprensión de que el verdadero amor se nutre, también se demuestra con acciones, no con palabras.
La cotidianidad, es la que forja el vínculo profundo entre dos personas. No es el compromiso formal el que construye una relación duradera, sino los pequeños gestos, las risas compartidas y las dificultades superadas juntos. Es el acto constante de elegir a esa persona, día tras día, lo que verdaderamente fortalece la unión.
En última instancia, el matrimonio es una expresión concreta de un amor que ya existe. No es un destino final, sino un viaje en el que nos embarcamos con la esperanza de crecer juntos. El amor verdadero es una conexión que trasciende las formalidades, que no necesita una firma para validar su autenticidad. Se trata de vivir el presente y confiar en que el mañana nos deparará lo que deba ser.