El lanzamiento del visado K, diseñado por Pekín para atraer profesionales extranjeros del ámbito científico y tecnológico, ha provocado una fuerte reacción pública dentro de China. Jóvenes locales expresan su indignación en redes sociales, cuestionando que se otorgue prioridad al talento extranjero cuando la juventud nacional enfrenta tasas históricas de desempleo.
Beijing presentó oficialmente el 1 de octubre la visa K, una categoría migratoria destinada a jóvenes graduados y profesionales del campo STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), sin necesidad de contar con una invitación o patrocinio empleador previo.
El objetivo declarado es estimular la innovación, facilitar la colaboración internacional y reforzar la competitividad tecnológica de China en medio de su rivalidad estratégica con Estados Unidos. A diferencia de muchas visas laborales clásicas, la K permite a los solicitantes solicitar directamente sin que una compañía china deba extender una oferta formal antes.
No obstante, la medida ha generado una oleada de críticas y malestar en círculos universitarios, redes sociales y entre jóvenes graduados. En plataformas como Weibo se han multiplicado mensajes que denuncian la “competencia desigual” frente a ciudadanos chinos en un mercado laboral ya saturado. Algunas reacciones denuncian que se prioriza al talento extranjero cuando muchos graduados locales aún no pueden encontrar empleo acorde a su formación.
Una de las principales fuentes del descontento es el desempleo juvenil: en agosto, la tasa para jóvenes chinos se situó alrededor del 18,9 %. Usuarios han señalado que “ya hay tantos titulados magistrales buscando trabajo, ¿y ahora traerán más talento extranjero?”.
Analistas estiman que la falta de claridad en los requisitos y la transparencia del programa agrava el rechazo interno. Los criterios anunciados (edad, formación académica o experiencia) aún no han sido detallados por las autoridades diplomáticas chinas. Además, muchos señalan que el idioma, las diferencias culturales y la necesidad de operar en mandarin representan barreras reales para los solicitantes extranjeros, lo que limitaría el alcance del programa.
Pese al rechazo social, algunos medios oficiales han defendido la visa K como un símbolo de apertura y modernización, enfatizando que no se trata de inmigración masiva sino de atraer “talento estratégico”. Instituciones especializadas sostienen que —bien gestionada— esta política puede traer beneficios en ciencia, tecnología y cooperación internacional, pero insisten en que debe conjugarse con mejoras en el empleo local.
El desafío para el gobierno chino será equilibrar la atracción de talento extranjero con la legitimidad interna: si no logra traducir esas medidas en empleos reales para sus propios graduados, la tensión social podría escalar. En el corto plazo, todos los ojos están puestos en cómo se detallarán los requisitos definitivos de la visa K y cómo Pekín gestionará la narrativa pública frente a críticas internas crecientes.